El Arsenal abrió la Premier con derrota en casa ante el West Ham. Un traspié especialmente inesperado, ya que los de Arsene Wenger llegaban en estado de felicidad tras vencer al Chelsea en la Supercopa inglesa. El encuentro debió ser de 0-0 pero dos fallos del que nunca falla lo convirtieron en un extravagante 0-2. Detalle secundario, pues los problemas volvieron a estar en otro sitio.
El partido tuvo un aire de peligroso déjà vu para el Arsenal
Hasta el minuto 43 no hubo un solo disparo a puerta en el partido. La frase suena fea pero para el Arsenal no siempre es del todo mala. Sin Alexis, los gunners solo presentaron a Oxlade-Chamberlain como elemento de peligro. Un Oxlade que transmite chispa y cierto airecillo de crack. A cambio, el West Ham no logró asustarles nunca con los potentes Payet, Sakho y compañía. Coquelin equilibró bien a un Arsenal que no sufría contra alguna. Todo estaba controlado hasta que Cech se la tragó en una mala salida a dos minutos del descanso.
Fue entonces cuando se nos plantó ante nuestros ojos una película de sobra conocida. El 0-1 desnortó al Arsenal del mismo modo que le sucede desde hace años cada vez que un rival se adelanta en el Emirates. Es ahí cuando Ramsey se suelta, los laterales se quedan arriba y Giroud y Ozil se anulan mutuamente. En esos instantes, el oponente empieza a tirar contragolpes que antes no podía, el Arsenal pierde continuidad en el juego y no consigue derribar el muro. Un guion muy similar, por ejemplo, a la eliminación frente al Mónaco de hace escasos meses, terreno que el Arsenal no quiere volver a pisar. Porque se ha invertido dinero en ganar competitividad y porque el club vuelve a ganar copas, aunque no sean las principales. Para luchar por éstas, deberán dejar atrás ese síndrome del 0-1 que destruye el buen equipo que, en ocasiones, logra ser el Arsenal.
